Category: Humor & Sátira Historias

El Malvado Doctor Avery

by Vudu Blanco©

Alexandra Morris se frotó el lugar del brazo en que le habían puesto la inyección. Era una mujer alta de rasgos agradables y una gran y expresiva boca. Sus ojos azules brillaban con buen humor e inteligencia. En contraste con el largo y dorado cabello que le caía por la espalda y sobre su abundante busto, llevaba un top negro ajustado, una minifalda de piel y medias negras. Sus largas y atléticas piernas se veían realzadas por unos tacones de 7 centímetros.

Enfrente de ella, estaba el Dr. Avery sentado a su mesa. Su silla elevada compensaba la diferencia de casi 20 centímetros que ella le llevaba (incluyendo los tacones), permitiéndole así poder mirarla a su mismo nivel y con autoridad. Por culpa de su enorme y bulbosa cabeza, sus gafas con cristales muy gruesos, su cuello de jirafa, su baja estatura y su deformado cuerpo, nunca había sido un hombre atractivo para las mujeres. A pesar de su buena salud, heredada de su familia, su nivel intelectual casi de genio y su bien cuidada perilla, siempre le había costado muchísimo acostarse incluso con las más feas, y ni qué decir tiene que le había sido imposible con las mujeres con cuerpo y belleza de modelo, como la que ahora estaba inocentemente sentada enfrente de él. Eso era, por supuesto, antes de que descubriese LA DROGA. Por fin, ya era capaz de conseguir el respeto y la atención que tanto se merecía. Era el momento de empezar con los preliminares, algo que le gustaba casi tanto como consumar el acto físico.

- La inyección se ocupará de tu anemia, querida -dijo el doctor con una sorprendentemente profunda y autoritaria voz de barítono- Por lo demás pareces estar en un notable estado de salud.

Mientras hablaba, miró distraídamente los abundantes senos de la chica por encima de sus huesudas manos. Igual que su cabeza, sus manos eran desproporcionadamente grandes. El destino había querido que otras partes de su cuerpo tuviesen también un tamaño fuera de lo normal.

Alexandra se enderezó en la silla, ignorando la mirada del doctor, aunque sin poder evitar un apenas perceptible gesto de disgusto. Estaba acostumbrada a ser objeto de las miradas de los hombres, pero eso no quería decir que le gustase, especialmente tratándose de este pequeño gnomo. Sin embargo, no había ninguna razón para no ser educada.

- Gracias, Doctor. Creo que me he sentido algo cansada y agotada estas últimas semanas.

- Sí, de hecho eres una mujer con una salud realmente magnífica -continuó él- Por cierto, nunca lo has mencionado Alexandra, ¿tienes novio o marido? Me gustaría saber más cosas de ti."

Alexandra decidió volver a rechazar cualquier posible connotación de tipo sexual en sus comentarios.

- Nadie fijo. Salgo con muchos chicos. Por supuesto, si me mantengo en buena salud no necesitaré volver aquí de nuevo en bastante tiempo -dijo sonriendo y mostrando su blanca dentadura.

El doctor Avery se examinó las uñas distraídamente, aunque por dentro su nerviosismo y su excitación empezaban a crecer.

- Bueno, ¿qué hay de esta noche? ¿Tienes planes para esta noche?

Alexandra frunció el ceño, por fin haciendo visible su incomodidad. Miró al doctor con recelo.

- Bueno, ¿qué es lo que está intentando?

- Obviamente, quiero salir contigo...

Hay gente que no sabe entender las indirectas.

- Doctor, aprecio las atenciones que me dispensa usted en nuestra relación profesional -dijo enérgicamente- Sin embargo, entienda por favor que no tengo absolutamente ningún interés en verme envuelta en ningún otro tipo de relación con usted.

Tenía la esperanza de que así se acabaría aquel asunto. Pero no podía estar más equivocada. El doctor Avery se inclinó hacia adelante y le puso la mano sobre el hombro en un gesto que hablaba por sí mismo, empezando con el proceso de "impresión mental" como él lo llamaba.

- Te sorprenderá saber lo convincente que puedo llegar a ser. Si has hecho planes para esta noche, quizá quisieras llamar por teléfono y cancelarlos. Creo que te estás sintiendo algo extraña.

Alexandra se apartó de su mano y se puso en pie, con la intención de dirigirse a la puerta. Al hacerlo vaciló, sintiéndose repentinamente mareada.

- Doctor -dijo, intentando recuperar el control de la situación- ¡Creo que esto no es nada apropiado! -sentía las piernas débiles, y tenía problemas para seguir de pie.

- Siéntate Alexandra -dijo el doctor Avery tranquila pero autoritariamente- Siéntate y haz esa llamada.

Alexandra miró alrededor con inquietud, como intentando encontrar algo que la ayudase. Apoyó una mano en la mesa.

- Tengo que irme ya...

El doctor Avery se levantó, la cogió de los hombros y se puso de puntillas para colocar su cara justo enfrente de la de ella.

- Te encuentras demasiado enferma como para irte. Soy tu doctor, y como tal no puedo permitírtelo. Ahora ¡HAZ esa llamada!

Alexandra se inclinó hacia adelante, la cara pálida y llena de sudor.

- No necesito llamar a nadie -consiguió decir a pesar de la dificultad para respirar que sentía- Mi único plan para esta noche era lavarme el pelo.

Cuando acabó de hablar, el color empezó a volver a sus mejillas. Miró alrededor con asombro, sintiéndose instantáneamente mejor. De hecho, estaba empezando incluso a sentirse acalorada, como si se estuviese relajando cómodamente después de una abundante comida. El doctor Avery sonrió y volvió a su silla.

- Qué oportuno -se inclinó hacia adelante para pulsar el botón de su interfono- Señorita Swenson, por favor no me pase ninguna llamada durante el resto de la tarde... Bien Alexandra, en lugar de esa llamada, me gustaría que hicieses otra. Llama al hotel más caro de la ciudad y reserva una habitación a tu nombre.

Alexandra palideció de inmediato.

- No, doctor, usted no lo entiende. Me está ocurriendo algo...

El sudor empezó a aparecer de nuevo en sus labios y su frente. Se estremeció, sintiéndose helada de repente, como si tuviese fiebre. Intentó levantarse por segunda vez, pero tuvo que agacharse, atacada por una repentina ola de nauseas. Miró con endoloridos ojos al doctor, llena de confusión.

- Haz esa llamada, Alexandra. Hará que te sientas mejor. Te lo garantizo.

Dispuesta a intentar cualquier cosa para acabar con su tormento, alargó un brazo algo dubitativo hacia el teléfono. Mientras marcaba con dedos temblorosos, su malestar empezó a disiparse. Murmuró algo sobre una habitación, dando el número de su tarjeta de crédito. Luego colgó, desplomándose sobre su silla. La extraña sensación de calor agradable volvió, haciéndola sentirse esta vez casi feliz.

- ¿Qué me está ocurriendo? ¿Qué me ha hecho usted?"

El doctor Avery le sonrió con cariño paternal.

- ¿Aún no te has dado cuenta? Lo que te he puesto no era una inyección normal. Era una nueva droga que yo mismo he desarrollado. Una vez inyectada, hace que quedes "impresionada" por la primera persona que te toca. Y adivina quién te ha tocado a ti. De ahora en adelante, siempre que te dé una orden o te sugiera que hagas algo, la droga iniciará una cascada neuronal muy específica. Hasta que no me obedezcas, experimentarás sensaciones de dolor físico y psicológico que irán creciendo inexorablemente. En cuanto me obedezcas, la droga hará que tu sistema libere endorfinas mientras tu equilibrio interno vuelve a la normalidad, produciendo un intenso ataque de euforia. El resultado de todo esto es que físicamente te convertirás en una adicta a mi droga y siempre querrás que te dé órdenes. La razón principal de tu vida será obedecerlas. ¿Qué piensas de todo esto?

- Que está usted completamente loco. No tiene ningún derecho a hacerme esto. No puede obligarme a que me quede aquí -su horrorizada voz se alzó hasta convertirse en un chillido.

El doctor Avery se levantó, ignorándola de momento, y empezó a enderezar los muchos diplomas que colgaban de las paredes del despacho.

- Claro que puedo. De hecho, en vez de irte por qué no me dices que no ves el momento de sentir mi polla entre esas dos enormes tetas que tienes.

Alexandra le miró sobresaltada y escandalizada.

- ¡Se puede ir usted al infierno! ¡Ni hablar! Estoy empezando a sentirme enferma de nuevo

Sus brazos y sus piernas empezaron a temblar involuntariamente al tiempo que los escalofríos volvían, con más fuerza que antes. El doctor Avery la miró con indiferencia.

- Lo único que estás haciendo es ponerte las cosas más difíciles.

Se agitó convulsivamente y de nuevo tuvo que agacharse, empezando a respirar con dificultad. Por fin, no pudo aguantarlo más.

- Uh, uh, me gustaría, uh, su polla entre mis pechos -susurró, sonrojándose por la vergüenza que sentía diciendo aquello.

Aspiró profundamente, mientras el desconcertante ataque de satisfacción la recorrió de nuevo. Odiaba aquella sensación porque le encantaba cómo se sentía cuando le ocurría. Ya estaba empezando a gustarle.

- ¡Más alto por favor!

Esta vez la lucha fue mucho más breve.

- ¡ME GUSTARÍA TENER TU POLLA ENTRE MIS PECHOS! Ohhhh, qué bien me siento...

Inconscientemente empezó a acariciarse, se dio cuenta de lo que estaba haciendo y miró al doctor con sorpresa e incredulidad. El doctor Avery exhaló aire con fuerza.

- ¡Por fin! Estoy bastante impresionado por tu resistencia. Qué proceso tan tedioso. Ahora, por qué no te subes a mi mesa y empiezas a bailar para ponerme cachondo.

Alargó la mano hasta un aparato de música y pulsó el botón de encendido. Alexandra se levantó dubitatitavamente, sin apartar los ojos del doctor. Subió lentamente a la mesa.

- No quiero hacer esto, y usted lo sabe -dijo, mientras empezaba a mecerse lentamente con la música. Un pequeño gemido de placer surgió de entre sus labios, acallando sus palabras.

- No creo que digas eso en serio. Creo que te conoces muy bien y que lo que de verdad piensas es que es un privilegio bailar para mí. Dímelo.

Una gota de sudor inició lentamente su camino bajando por la frente del doctor Avery. Alexandra cerró los ojos, apretándolos con fuerza como intentando desaparecer de allí.

- Yo... pienso que es un honor bailar para usted -exclamó por fin.

Se estremeció de nuevo, pero esta vez de placer. El doctor Avery entrecerró los ojos mirando por encima de sus gafas para tener una mejor vista.

- Dime que te gusta.

- Me gusta bailar para usted -dijo Alexandra, eligiendo con cuidado cada una de las palabras y con expresión de confusión en su rostro. Le costaba recordar dónde estaba, lo que quería. Parecía que le gustaba de verdad.

- Dime que te encanta. Y menea más las tetas, ponlas donde pueda verlas.

El doctor Avery se relamió sus de pronto secos labios. Alexandra empezó a mecer lentamente su cuerpo de un lado a otro.

- Me encanta bailar para usted, doctor. Esto es tan extraño; no sé lo que me está pasando.

- No te preocupes de eso Alexandra. Estás empezando a notar que tu suéter te aprieta demasiado.

Observó a Alexandra seguir con sus lentos giros. De pronto, las manos de la chica subieron y con indecisión empezaron a tirar de la tela de su ajustado suéter de tirantes.

- Quieres quitártelo, como una bailarina de striptease en un escenario.

Alexandra se quitó un tirante, luego el otro. Cerrando los ojos, deslizó el suéter lentamente hasta la altura de la cintura de su falda, dejando a la vista un sujetador negro de encaje que parecía ser de una talla demasiado pequeña como para mantener dentro sus increíblemente enormes pechos.

- Por favor, no me haga hacer esto -suplicó sin convicción.

- Tonterías -dijo abruptamente el doctor Avery- Soy tu doctor, y sé con certeza lo que es mejor para ti. Ahora, quítate también el sujetador, y empieza a acariciarte las tetas. Sabes que te gusta hacerlo.

Alexandra se desabrochó de una forma muy poco elegante el sujetador. Cayó sobre sus zapatos de tacón alto. Sus tetas salieron rebotando al sentirse libres de sujetador, enormes y pesadas. Ante el experto ojo del doctor, parecían haber sido mejoradas artificialmente. Como si se moviesen por voluntad propia, las manos de la chica se alzaron y empezaron a acariciar sus pezones. Abrió la boca como si quisiera decir algo, pero de pronto olvidó lo que era.

- Estás empezando a sentirte excitada Alexandra, muy excitada. Ahora pellízcate los pezones para mí y dime cuánto me deseas. Te estás poniendo incontrolablemente cachonda.

El sonido de la cremallera de los pantalones del doctor Avery abriéndose se hizo audible, incluso por encima de la fuerte música. Alexandra se pellizcó los pezones. Se le habían puesto muy duros, hinchados y oscuros. La chica sudaba abundantemente.

- Yo, yo... no, no... yo, le deseo, doctor -dijo entre jadeos, lamiéndose lentamente los labios.

Sus movimientos se habían hecho más intensos y sus caderas se mecían al ritmo de la música. El doctor Avery se puso en pie un momento para desabrocharse el cinturón y bajarse los pantalones. Volvió a sentarse y prosiguió con su seducción verbal.

- Quieres follarme entre ese par de enormes tetas que tienes. Quieres hacerlo desesperadamente. Quieres follarme entre tus tetas y que me corra en tu cara. Nunca has querido algo con tantas ganas.

Alexandra se quedó mirando su polla como hipnotizada. Dejó de bailar bruscamente, y se dejó caer de rodillas, aún encima de la mesa. Sus manos empujaron sus tetas una contra la otra para formar un profundísimo valle entre ellas. De su ligeramente abierta boca emergían jadeos a un ritmo constante. Sentado como estaba, el doctor Avery alargó los brazos hacia ella, sus manos resbalando sobre los hombros llenos de sudor de la chica.

- Aún no puta -dijo con una profunda voz que sonaba cruel con el poder que ahora empleaba sobre ella- Súplicame. Pídeme que te deje hacerlo. Y llámame Amo.

Alexandra gimió de desesperación.

- No, no, no me haga... oh, por favor, acérquese un poco... por favor, Amo.

Siguió mirando su polla, sin pestañear. El doctor Avery se levantó, se dio la vuelta y se alejó unos cuantos pasos.

- Eso ha sonado realmente patético. Ahora tienes que arrastrarte hasta mí y suplicar. Y será mejor que suene como si lo dijeras de verdad.

Acercó una mano hacia la cremallera de su pantalón, amenazadoramente. La sofocante necesidad que sentía venció el último rastro de auto-respeto que le quedaba, y Alexandra empezó a suplicar en serio.

- Oh, por favor, Amo, lo que más quiero en el mundo es sentir su polla entre mis tetas y su semen por toda mi cara. Haré cualquier cosa para conseguirlo... ¡Cualquier cosa! -se dejó caer hacia adelante, agarrándose fuertemente con las manos al borde de la mesa.

- ARRÁSTRATE HACIA MÍ Alexandra. ¡AHORA! -la voz del doctor Avery restalló como un látigo, mientras una inmensa sonrisa cubría su cara. Su enorme y sobredimensionado órgano estaba duro como una piedra.

Alexandra bajó al suelo, y lentamente empezó a arrastrarse hacia los pies del doctor. Levantó la mirada hacia su polla, mientras jugueteaba con una mano sobre su hinchado pezón. El doctor golpeó despreocupadamente con ella su mejilla.

- Vamos. No tengo todo el día. No has estado tan cachonda en toda tu vida. Convénceme de ello o me voy.

Alexandra levantó la vista hacia él mirándole suplicantemente, su cuerpo se mecía lentamente con la música y sus caderas marcaban un inaudible ritmo.

- ¡Oh, Amo, ya sabe lo cachonda que estoy por usted! ¡Estoy increíblemente húmeda! ¡Por favor, por favor fóllese mis tetas! ¡Mire lo grandes que son! ¿No se sentirían felices de tener su polla entre ellas? -se inclinó hacia atrás poniéndose de rodillas, apretándose de nuevo una teta contra la otra- Lo necesito más que cualquier otra cosa que haya necesitado en toda mi vida... Por favor, ¡fóllese mis tetas!

Lágrimas de desesperación empezaron a caerle por las mejillas. Disfrutando de aquel momento, el doctor Avery acercó la silla del despacho, la puso enfrente de Alexandra y se sentó en ella. Su gruesa polla de 25 centímetros latía con pequeñas pulsaciones.


- De acuerdo, empieza -su voz sonaba ronca.

Alexandra se enderezó y lentamente se inclinó hacia adelante. Con una mano acercó el pene del doctor hasta dejarlo entre sus dos tetas. A pesar de lo enormemente grandes que eran, fueron incapaces de abarcarlo del todo. Con un sonoro gemido y los ojos cerrados empezó a deslizar su cuerpo arriba y abajo, sus manos sujetando la polla del doctor confortablemente encajada entre sus tetas. Empezó a sonreír con una secreta e interna sonrisa. Su sudor proporcionaba una más que adecuada lubricación para lo que le estaba haciendo al doctor. Aunque también estaba húmeda en otras partes.

Las caderas del doctor Avery giraron en respuesta a los movimientos de la chica, lentamente al principio, luego cada vez más rápido. El aire silbaba al entrar y salir por entre sus apretados dientes.

- Aún no -gruñó- Dime que eres mi esclava, Alexandra. Dime que siempre serás mi esclava.

Los ojos de ella se abrieron como platos.

- Uh, sí, Amo, por supuesto, siempre seré su esclava -consiguió decir entre jadeos.

El doctor estaba al borde de una estruendosa explosión.

- Te encanta ser mi esclava. Dilo. La sola idea te pone tan caliente que no puedes resistir más. Estás a punto de correrte. A cada segundo que pasa...

Alexandra jadeaba sin control. Sacudía la polla del doctor entre sus tetas cada vez con más rapidez.

- ¡Sí, sí, me encanta ser su esclava! -gritó- ¡Gracias por convertirme en su esclava! -su cabeza se sacudía involuntariamente de un lado a otro mientras se esforzaba por respirar.

- ¡Tócate, joder! Estamos a punto de corrernos los dos juntos -Alexandra se apartó frenéticamente las bragas a un lado con una mano y empezó a masturbarse locamente con sus dedos- Cuando cuente cinco - 1...2...3...4...5.

El doctor Avery gritó totalmente fuera de control. Alexandra al mismo tiempo empezó a gritar.

- ¡¡SÍ SÍ SÍ...!!

Un inmenso chorro de caliente semen salió disparado de la polla del doctor y cayó sobre la cara de la chica, así como sobre sus tetas y su pelo. Con la última pizca de fuerza que le quedaba, el doctor Avery alargó los brazos para acariciar los pezones de Alexandra. Luego, agotado, se dejó caer sobre la silla, jadeando, totalmente satisfecho por los acontecimientos que habían tenido lugar aquella tarde. Alexandra se echó hacia atrás poniéndose en cuclillas, sus manos acariciando sus tetas aún llenas de semen. Muy lenta e indecisamente, se llevó uno de sus dedos con la uña pintada de rojo hasta sus labios, y delicadamente lo lamió, con los ojos aún mirando fijamente al doctor. Cuando volvió la mirada hacia la entusiasmada y cubierta de semen cara de Alexandra, el doctor Avery tuvo una idea. Se acercó con bastante dificultad hasta su mesa y de nuevo pulsó el botón del interfono.

- Señorita Swenson, déjelo todo y venga aquí inmediatamente.

- Muy bien, doctor.

Written by: Vudu Blanco

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